Ha pasado un tiempo desde que coincidí conmigo. Ya sabes, ese ser que habita en el interior, a veces silente, en ocasiones, abrumador. Me distancie sin motivos y en la soledad del olvido, la elocuencia quedo rezagada.
Con el pasar de los días, la musa se fue perdiendo y en el silencio, se fue apagando. Le falto oxígeno a la llama, minutos se convirtieron en días, semanas y meses. ¿Dónde quedo la inspiración de los primeros días? Eran los reclamos que hacías. Acaso, ¿no les ha pasado?
Y de repente como un golpe de agua te sorprenden los años. Ya no eres el mismo y en medio del sarcasmo, te das cuenta, que tampoco quieres serlo. Quizá, quieres tener las mismas fuerzas de antes, pero con la sabiduría del ahora. Quisieras la elocuencia de decir en la cara lo que en la soledad fueron las mejores respuestas.
Y, sin embargo, tras un respirar profundo, te das cuenta que necesitabas la distancia. La distancia y el espacio fueron necesarias para reencontrarte contigo. Fue necesario alejarte para apreciarte mejor. Fue importante observar en la distancia, lo que pasaste por alto en la cercanía. Fue necesario, el espacio para descubrir que siempre estuvo ahí.
No tiene que hacer sentido, tiene que ser brújula. No tiene que ser para el otro, porque es para ti. No tiene que ser evidente para que esté ocurriendo. A veces, tiene que ser sutil para que sea impactante. Porque no tiene que ser, sino como es.
Mis mejores discursos los doy en la ducha y las mejores respuestas frente al espejo. Una sagacidad que se desarrolla en la soledad de carcajadas sin razón, donde eres todo porque eres tú.
Hoy que la vida te regala la distancia para acercarte a ti, busca esa parte de ti, la esencia de ese ser maravilloso que eres… musa e inspiración. Porque mientras piensas que nadie te ve, tu observador te dice, eres una obra perfecta, porque te vas perfeccionando según transcurres y fluyes.