En un sinnúmero de ocasiones me ha ocurrido y debo admitir que al principio me parecía extraño. Más, con el pasar de los años ya me resulta bastante normal. No sé ustedes, pero yo hice las paces con tener una de esas caras que, al parecer, les resultará familiar a totales desconocidos.
Así que es normal, que alguien de repente se voltee hacia mi y me diga con total familiaridad: “Fulana, ¿eres tú?”. Mientras, esto ocurre, inicia un proceso interno en el que tratas de auscultar en tu olvidadiza mente si la conoces. Intentas, ocultar tu sorpresa mientras buscas en tu mente quien es esa persona. Luego te das cuenta que algo no coincide porque escuchas a la otra persona decir: “Soy yo, Mengana. Estudiamos juntas en la escuela X”. Y ahí, respiras y respondes: “Ay disculpe, no soy yo. No estudie en esa escuela”. Y aquí, es donde las cosas varían… hay quien se sonroja de vergüenza y hay otros que te miran con incredulidad.
Los que se sonrojan son fáciles de manejar, porque le dices: “no te preocupes esto me pasa a cada rato. Es que tengo una de esas caras. Parece que era uno de los moldes de temporada cuando mis papás decidieron tenerme.” Algunos se ríen entendiendo la broma y otros, se quedan pensativos. Al menos el punto quedó clarificado o eso espero.
Sin embargo, los incrédulos son mas complicados. Porque ellos te miran con una mirada profunda e intentan descifrar la verdad oculta. Estas reacciones las categorizo por niveles, porque, hay personas que fluyen y siguen. Sin embargo, hay otros que mientras caminan, continúan mirándote con una certeza sorprendente que indica que el error es tuyo, en cuyo caso, implica que les estas mintiendo.
En la categoría de incredulidad, tuve un encuentro hace unos días en el gimnasio. Si, estoy intentando, incluir ejercicios en mi vida diaria, pero eso es otra historia… El tema es que llego al gimnasio, ya saben, airpods, toalla en mano, botella de agua y mascarilla. Y el tema de la mascarilla es fundamental porque lo único que entiendo pueden reconocer son los ojos, pero, de todas formas, se me acerca y me mira directamente a los ojos, con una mirada que indicaba que quería hablar. Me quito uno de los airpods y digo: “Hola, si dígame”. Y ahí, me dice: “¿Eres Zutana?”. Entonces le respondo: “Ay no mis disculpas… Pero encantada en conocerte”. Su mirada de tristeza y confusión, me contaba una historia oculta cuyo final no necesariamente cruzaba sus caminos. Así que solo pude decirle: “no te preocupes, es que tengo una de esas caras” y continué hacia la maquina elíptica mientras en la distancia, ahora era observada por dos personas. Entiendo que era un amigo del joven, que también pensaba que era Zutana, o mejor dicho Suhail, como él me llamo.
Así pues, me quede pensando, en su mirada… una mirada que mostraba arrepentimiento. No sé cuál fue su historia, pero es evidente que él debe dejar atrás ese recuerdo y hacer las paces con lo que es su realidad. En esa historia no sé quien no hizo o que hizo para causar esa mirada… y mientras pensaba en esto, me di cuenta de algo: “quizá no es que era el molde de temporada, ni tengo una de esas caras, quizá son los juegos de la mente y a veces son los sentimientos, los que nos hacen ver lo que no es”.
A veces, nosotros nos empeñamos en ver lo que queremos para poder hacer sentido o cambiar la historia y, sin embargo, en determinados momentos… solo podemos dejar atrás y despedirnos simbólicamente de esa persona, de esos recuerdos, del sentimiento y todo aquello que reste brillo a nuestro mirar. Y es que de vez en cuando… no es que te confundieron, es que necesitaban que fueras esa persona para sanar. Y desde esa perspectiva, lamento que no la hayas encontrado para que pudieras dejar atrás lo que haya sido. Hoy solo te puedo decir, ojalá puedas encontrarla haciendo las paces contigo. No tienes que verla o encontrarla para sanar, por el contrario, debes dejarla ir y seguir fluyendo hacia la paz.