Ni de lejos ni de cerca

Hay cosas que están pasando y uno se niega a aceptar… pero la vida se encarga de mostrártelas, aunque no las quieras mirar. Bueno, en mi caso no es cuestión de querer sino de poder. Llevo meses enfrentando una triste realidad y es que ha llegado el momento de no postergar el que no estoy viendo ni de cerca ni de lejos. El tema se ha alargado porque no es que no vea, sino es un tema de enfoque. Ya saben cuándo aún distingues cosas y las cosas cotidianas se vuelven como pequeñas trivias.

De todas maneras, acepte que debía ir al oftalmólogo para una nueva receta. Cuando finalmente tomé la decisión me encontré con que tenía que esperar de tres a cuatro meses para que me atendiesen. Así que hice la cita y puse una alarma para que me avisara. No que mi vista no me lo recordara a diario, pero pues… con este evento aprendí que debo hacer la cita cuando no lo necesito para cuando lo necesite ya la tengo en agenda. Las citas médicas son como Nanny McPhee: “Cuando no me quieras, pero me necesites, tendré que quedarme.” Claro, se quedan en el calendario por meses… en una espera que desespera.

En fin, llegué a la cita y afortunadamente me atendieron a la hora indicada y comenzó el problema. No sé si a ustedes les pasa pero que difícil decidir por cual lente veo mejor. Entonces la joven comienza, con este o con el otro, y yo veo igual. Así que empiezo, con el coloca el anterior, y así estoy un rato, hasta que me decido. No porque vea mejor sino porque pienso que me están colocando el mismo lente una y otra vez porque ella ya tenia una sugerencia con la prueba del carrito. Así que salgo con receta en mano y lista para comprarme los espejuelos…

Y, sin embargo, allí comienza un reto mayor. Comprar espejuelos con la mascarilla e intentar ver como te quedan. Si algo he aprendido es no dejarme llevar por el vendedor. Ellos siempre te encuentran que te ves super bien aun cuando me estuviese midiendo los espejuelos de pasta que usaba mi abuela en los años setenta. Porque me dirán que están de vuelta o no sé qué. En fin, que se empañaban los lentes, que no veía y finalmente, aborté la misión y me fui a otra tienda.

Cuando terminé la tarea y me compré los lentes me percaté que lo peor de comprar espejuelos, es que tú los compras porque no ves, pero tienes que tomar una decisión a ciegas al elegirlo. Porque cuando te los mides, no tienen la receta. Es toda una paradoja que se resuelve tomando fotos de como te quedan y aunque aparente ser un hecho narcisista es la única forma de poder “ver” como te quedaran.

Estoy segura que cuando me los entreguen no necesariamente serán lo que esperaba hasta pienso que los veré de otro color… porque cuando me los entreguen tendrán la receta que me devolverá la percepción del mundo que en estos momentos está un poco distorsionada. Ya me imagino cantando el himno de los cines a viva voz: “Pinta tu vida con los colores de mi tierra” y esta vez así será… porque al menos podre verlos con la precisión que se espera y poder leer sin limitaciones, digo si atiné cuando le dije a la joven, que por ahí veía mejor.

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