En estos días he estado meditando sobre el verdadero significado del perdón. Una palabra que ha estado en nuestro vocabulario desde pequeños y, sin embargo, no necesariamente, hemos profundizado en ella. Y es que la incorporamos como parte de un dialogo liviano y la excluimos de los sentimientos que subyacen en el interior.
Ciertamente, ante un agravio no hay una escala de medición para aplicar normas. Cada uno de nosotros tiene una visión de vida distinta y, sin embargo, hay hechos en los que podemos solidarizarnos en empatía. Y aunque podamos coincidir ante un mismo dolor, hay acciones como el perdón que deben ser manejadas de forma individual. Porque ciertamente, el proceso hacia el perdón es un caminar cuyo recurrido es distinto para cada uno de nosotros.
Y es que cuando la acción se hace impensable y el sentimiento de impotencia nos invade, las consideraciones sobre el perdón se hacen complejas. Porque el perdón supone demasiado cuando la realidad de los hechos no han de cambiar. Cuando el dolor, la ira y la necesidad de justicia se hacen presente como mitigante ante la perdida.
Porque el perdonar supone liberarte de todos esos sentimientos negativos de amargura y rencor para ser remplazados por sentimientos de paz. Sin embargo, es un proceso que no puede ser precipitado porque perdonar conlleva unos supuestos hacia la sanación.
Imagina una herida profunda que requiere compresión, suturas internas y externas para cerrar el área, medicamentos y tiempo para sanar. El tiempo transcurrirá y la marca quedará dejando una cicatriz que será una huella evidente del evento. Entonces, el perdón sobre esa cicatriz es el sentimiento que tienes cuando la veas. El evento siempre lo recordaras, pero el sentimiento y las acciones que despierte esa cicatriz es la que habla de tu relación o proceso hacia el perdón.
Quiere decir que el perdón no es olvidar el evento es dejar ir los sentimientos que causan un estancamiento en ti. Es reconciliarte contigo para que tus pensamientos no estén centrados en el evento sino en un aprendizaje que promueva un progreso hacia otros objetivos. Es poder mirar al otro sin apasionamientos y dejar que la justicia haga su trabajo. Cuestionar los procesos, solo nos hará aflorar los sentimientos. Así que a veces nos queda, esperar y enfocarnos, en nosotros y nuestro propio proceso.
Perdonar, es una decisión de disciplina y enfoque. Requiere pensar en nosotros y silenciar a los otros. Es un caminar constante de distanciarnos de las emociones y mirar los hechos. Darnos cuenta que hay cosas que no cambiaran y que solo nosotros podemos cambiar. Y que si esa decisión, aunque difícil nos lleva a la paz, en vez de verlo como un mandato, debemos verlo como una forma de amor propio hacia la sanación. No es fácil… tampoco es imposible.
Lo importante, es dar el paso, cuando estemos listos. No se trata de la opinión de otros, se trata de cuando tu realidad te permita tomar la decisión hacia un proceso de sanación y bienestar. Enfocarnos en lo positivo del perdón y ser sinceros en el proceso sobre que nos motiva. A veces no se trata de actuar, se trata de lo que nos lleva a esa acción. Porque si nuestra motivación es clara nuestra conducta y enfoque también lo estará.