En algún momento todos la hemos tenido, esa foto que te hace lucir radiante y especular. Esa foto que se vuelve tu favorita porque capto una parte de ti que piensas que la gente debe ver y que te acerca a esa persona que quieres ser. Te muestra tal cual eres, y, sin embargo, tan distinta.
Luego, tienes estas otras fotos que son categorizadas como “regularcitas”. Ellas te muestran esa parte de ti que no es de tu agrado y sin embargo, es una lástima porque es una de tus mejores fotos. Y atrapados en esa realidad, comenzamos a retocarla para eliminar y modificar lo que nos desagrada hasta dejarnos “perfectos”.
Una perfección que está solo en nuestra percepción de belleza porque lo que estamos modificando es solo una imagen. Y al final, a veces terminamos siendo lo que pensamos es aceptable sin darnos cuenta que somos perfectos, así como somos. Porque la foto nunca mostrará tu verdadero ser, esa parte de ti que sólo percibe el fotógrafo o quizá un espectador del momento. Porque la belleza de la foto consiste en la vivencia compartida junto a esa persona y lo que está representa para ti.
Y es así como una foto que ante mis ojos era “regularcita” se convirtió sin yo haberme percatado en la imagen de fondo de la computadora de mi esposo. En ella me muestro con una blusa con una etiqueta que contenía el número del tour en el que nos encontrábamos, pantalones cortos y tennis. Estaba con el pelo echo un desastre por el viento y el maquillaje que puede quedar después de haber caminado por varias horas entre escalones y caminos estrechos, buscando la imagen perfecta de Oia en Santorini.
Cuando al fin logramos el spot, nos percatamos que había varios jóvenes que fueron preparados para una sesión de fotos. El traje, sus sandalias de tacón, el maquillaje, el pelo largo ondulado y accesorios a tono con el ambiente y el paisaje. Luego se le unió un caballero y ellos parecían la imagen perfecta de una foto tipo “ love story” de bodas. Así llegaron otras personas que practicaban la pose perfecta, hasta que me toco mi turno.
Entonces, claro está yo no me quedaría atrás. Me recosté de la baranda, me quite mi gorra, me solté el pelo y me quite las gafas. Y como diría mi amiga, dándolo todo, incliné la cabeza hacia el lado, mire provocativamente a la cámara para posar como las jóvenes anteriores y en medio de risas descontroladas de mi esposo y mías, mientras otros intentaban entender que pasaba, se logró la foto y sin el “duck face”. Una foto que muestra un momento especial cuando estas junto a alguien que amas disfrutando la vida y los momentos.
A mis ojos, no era la mejor foto porque no lucía perfecta para la ocasión y, sin embargo, para él la ocasión la hizo perfecta. Disfrutar el momento y vivir a plenitud en autenticidad. En armonía y aceptando, que la belleza no es ser perfectos. Porque, realmente, nadie es perfecto y lo importante es que eso que te hace distinto lo utilices a tu favor y disfrutes cada momento.
Te invito a guardar las fotos, ¡todas! Porque llegado el momento, son esas fotos “regularcitas” las que contaran tu historia y tus momentos. Y al final, cuando abras un álbum de fotos verás lo hermosa y perfecta que ha sido tu vida aún con las imperfecciones que esta nos presenta y una que otra travesura.
Busca tu foto, esa que según tu opinión es “regularcita” y ahora, obsérvala desde el amor y la gentileza. A veces, somos los jueces más severos cuando se trata de nosotros mismos. Abrázate en amor y acepta que eres perfecto con todas tus imperfecciones.