Vas por la vida intentando ocultar aquello que crees te resta belleza, y sin darte cuenta es precisamente lo que llamas imperfecciones, lo que te hacen completamente perfecta. Has buscado cambiar en más de una ocasión tu apariencia buscando hacer las paces con una imagen idealista de lo que debes ser.
Hoy te invito a que ames cada parte de ti y cada una de tus heridas de guerra, ellas son la evidencia de que eres más de lo que los demás jamás podrán ver. Cada una de nosotras carga, distintas insignias de honor que se añaden en nuestra hoja de vida como testimonio de temple, esfuerzo y valor.
Algunas llevan estrías y heridas en su vientre que muestran las huellas del amor verdadero. Ese que puede costarte desvelos, preocupación y grandes desesperos. Una preocupación constante que no tiene punto final pues hay un lazo infinito que siempre las madres e hijos tendrán.
Hay heridas en el pecho que muestran que el corazón aun late. Que tenemos una dispensa divina para continuar amando a los nuestros. Es un recordatorio de que la vida es tan solo un instante y que cada momento cuenta, más allá de lo que jamás sabremos.
Otras estrías y heridas son de la lucha que llevas contigo para controlar conductas que te dañan. Un reaprender constante de lo que debes hacer y que muchas veces pasas por alto. La herida en tu seno muestra que le ganaste una batalla a la muerte, y así podemos seguir buscando las perfecciones que llevamos tatuadas en nuestra piel y que sin darnos cuenta, extrapolaron a nuestro corazón.
Hay muchísimas más insignias y todas cuentan una historia de supervivencia y amor. Algunas fueron de nuestra infancia y otras de nuestra adultez. Sin importar la etapa, llévalas con honor y honra, porque son parte de tu esencia. Solo tú viviste el proceso de lo que ellos ven hoy en tu piel, sigue adelante, sin detener tu paso. No te ocultes y acepta, que eres más hermosa y perfecta de lo que jamás imaginaste ser. Esa es tu realidad, abrázala y simplemente amate… sé quién estás destinada a ser.