Los días pasan y en mi caminar fui descubriéndome en la vida. Mientras transitaba en convivencias y situaciones fui guardando en mi equipaje todo aquello que me acontecía. Fuí clasificando cada momento entre los buenos y los malos usando como criterio el resultado… Le llamé experiencia a los sentires de mis vivencias y proseguí el camino. Adjudiqué carácter a mis acciones para enfrentar nuevos momentos y fui justificando en el pasado las eventualidades del camino.
Entonces, en medio de mi caminar me sentí cansada. Detuve mi paso y me senté a contemplar. Observé el camino mientras me miraba a mi misma. Escuche el cantar de los pájaros mientras las ramas en las que estaban eran azotadas por el viento. Descubrí, que no estaba en soledad por mi paso, simplemente, no me había detenido a observar lo que era mi entorno.
El camino es largo y debía continuar, más, sin embargo, el peso era demasiado en mi equipaje. Abrí mi corazón y mi mente para dejar libre todo aquello que añadía peso. Allí descubrí que la carga real no eran las vivencias, sino las clasificaciones. Comencé a reacomodarlas y a dejar atrás todo aquello que no me dejaba continuar.
A un paso distinto, pero sin pausa, fui aprendiendo en el camino que la única forma de cambiar mi entorno era cambiando lo que había en mi equipaje. Nada es malo ni todo es bueno porque al final las vivencias solo son. Separando los hechos de mi interpretación fui entendiendo la realidad. Estamos más allá del proceso o del resultado. Podemos ser distintos en el mismo camino mientras vamos aprendiendo que todo fue y es nuestra interpretación.