Te has dado cuenta que sólo cuando perdemos las cosas es que comenzamos a ver su verdadero valor. Es la necesidad o la carencia, la que nos enseña a apreciar las cosas y/o las personas. Cuando se trata de las personas, es más complicado, porque cuando nos pierden… nos pierden.
Usualmente, perdemos algo o alguien por descuidos. Colocamos la mirada y nuestro tiempo en temas que captan nuestra atención. Entonces, cuando reaccionamos ya es tarde. Y es que a veces el tiempo, es nuestro peor enemigo.
Sin embargo, a veces hace falta solo una crisis para poder ver con claridad el valor de las cosas. Si algo me ha enseñado la pandemia es a valorar los momentos de calidad. El abrazo de los abuelos, las invitaciones a salir con amistades, una llamada por teléfono, un mensaje de texto y hasta los apretones de mano, esos que te hacen pensar si volverás a tener movilidad en los dedos, si hasta esos.
Es que cuando no tenemos las cosas, la nostalgia nos embarga y hasta lo mas simple nos recuerda todo aquello que ya no será. Hay temas que son temporeros y hay otros que serán permanentes. Para aquellos temporeros, damos fecha a la ansiedad. Pero, para los permanentes, ya jamás habrá vuelta atrás.
Entonces, pensaba en la risa… no sé ustedes, pero yo cuando me rio enseño toda la dentadura. Ya saben… esas risas que se vuelven carcajadas y que sacan todas las arrugas. Las risas que ponen chiquitos los ojos y se diferencian de otras porque te hacen brillar los ojos con una luz distinta. Esa risa que cambia el semblante de los que te rodean porque hasta se vuelve contagiosa. Esas risas inapropiadas que interrumpen cuentos porque no se te entiende nada y para colmo, haces cerditos de vez en cuando… Esas risas que hacen reír a a otros y de repente hay un alboroto. Esas que cuando al final le preguntan al otro, no saben de que se ríe, pero te hace compañía.
Y te pregunto: ¿Cuánto hace que no te desternillas de la risa? Ya sabes, momentos de perder la compostura y descubrir que hasta el maquillaje tienes regado por haber reído hasta llorar. ¿Con quién compartirte ese momento?
Les contaré que la semana pasada mientras mi esposo leía algo comenzó a reir y cuando me le acerque, su risa fue contagiosa y yo que no necesito mucho…. Pues, le acompañe. Que sensación más chévere, intentar calmar la risa y no poder. Ya sabes… esos ataques que no puedes controlar. La verdad, que si bueno es rodearse con personas que te acompañen en medio del dolor, también es bueno compartir esos momentos de risa. Porque son los momentos de risas espontáneas las que a veces pasan desapercibidas. Recordamos lo que nos duele, porque algunos dicen que nos hace mas fuertes y que pasa con la risa….
La risa es sanadora y es consuelo para el alma. Busca con quienes compartes esos momentos antes que el tiempo haga su entrada y cambie la historia. En medio de la pandemia, perdimos amigos cuya risa contagiosa llenaban los silencios y hacían que las fiestas iniciasen. Sin embargo, perduran los momentos y las historias que compartimos. Las risas hasta el llanto y el llanto hasta la risa. Porque parecen estados distantes y sin embargo, coinciden en un momento. Hoy la recuerdo con nostalgia… mi amiga que siempre llegaba tarde con una sonrisa maravillosa y se nos adelantó en el viaje. El tiempo no permitió que nos encontrásemos y sin embargo, quedaron los momentos, las anécdotas y las risas. Historias inverosímiles que harán que vivas, mientras reímos hasta llorar.