Estaban juntos. Sentados cada uno en sus butacas marrones descansando sus piernas. Fueron ubicadas de forma estratégica para que él pudiese mirar a su mujer, como le llama. Ha sido su compañera de vida y es el timón de su barca. Es quien le ha motivado a ser mejor desde el primer día en que la vio. Quiso darle siempre todo y le dio todo cuanto tuvo a su alcance. Su complemento y compañera de viaje.
Ella es fiesta y sonrisas, detalles y flores. Su esposa, madre de sus hijas y mejor amiga. Confidente y cómplice. Ella es la razón por la que podía trabajar horas incansables. Porque para él su familia es su prioridad y ella es su hogar.
El tiempo ha transcurrido y sus preocupaciones han cambiado. Hoy la mira en silencio y su mirada esta perdida en la nostalgia. Ya no medita en cómo podrá proveer para su familia. Hoy su mirada inquieta quiere sanarla y detener el tiempo. Anhela verla caminar por la casa, escuchar la música de fondo y los olores en la cocina por las comidas preparadas por ella. Sus regaños para que se fuese a bañar o que enderezara el reclinable porque llegaba la visita.
Su silencio está lleno de amor y quiere darle todo lo que no esta a su alcance. Así que solo dice: “¿mi amor, te toca la medicina…?”. Ella lo mira y responde: “ya mismo”. Él tiene un conflicto, que pase el tiempo para que sane y detenerlo para tenerla cerca. Y en medio de este conflicto, su raciocinio le traiciona y sus emociones están a flor de piel. Porque solo ellos saben cuanto se aman y como necesitan tenerse para estar bien.